martes, 19 de mayo de 2015

Daltónica - visitante

Las visitas no siempre llegan en persona. Los regalos no siempre traen un moño azul. Las visitas que llegan a Poesía siempre vienen cargadas de sorpresas y claro, cómo no,  si llegan a Poesía, la poesía no puede faltar, como hoy, que a propósito de la publicación de mi último post  homenaje a Roque Dalton, una de mis más grandes amigas de la vida y del mundo, me mandó un poema canción exquisito escrito para Roque por Daniel Viglietti.

Así, mi amiga que me hizo leer por primera vez Las venas abiertas de América Latina de Galeano, esa amiga que está hoy en la otra punta del hemisferio, me sigue y acompaña a todos lados. Yo también la acompaño desde siempre, desde ayer, desde aquel lenguaje inventado en la pared compartida por nuestras casas de la infancia, en aquellos tiempos de balaceras y bombazos y desde aquella cama común hecha de asfalto e iluminada por la luz desangrada de la luna por culpa del terremoto cuando ambas vivíamos y crecíamos en San Salvador. Hoy, muy lejos de nuestras fiestas de cumpleaños, graduación o fines de año, llenas de risa y de baile y de familia, la familia que nos hicimos sus hermanos y mis hermanas sin compartir una sola gota de sangre, quizá porque nuestra sangre común se hizo de risa, regalándonos con ella la alegría que recorre nuestro cuerpo desde entonces

Gracias Ana por pasar, por leer y estar tantas veces, tantas horas, tantos años, siempre aquí, uniendo tres países que se aman aunque quizá, por cuestión de geografía, pareciera que nunca llegan a tocarse pero se tocan y se hermanan, como hoy:

DALTÓNICA

(A Roque Dalton)
Pulgarcito de poeta
que se escapa y me cosquilla,
tan alegre, tan sin silla,
tan de amores torrenciales,
tan sin fin.
Alegría de una tierra
que se quita las fronteras,
se desnuda las caderas,
las volcánicas centrales
de una luz.
Yo lo vi,
yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.
El año treinta y dos
él no vivía y yo lo vi
contando sus historias
de futuro, iba entre mil.
Yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.
Pobrecitos los poetas,
bendiciones son daltones,
donde hay huesos ven marrones
territorios prometidos
como un sol.
Tan bracito su poesía,
se levanta en los sensuales
laberintos marsupiales
y reparte polen rojo,
se abre en flor.
Yo lo vi,
yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.
Era el año dos mil,
ya él no vivía y yo lo vi.
La muerte equivocada lo llevó
y él anda aquí;
y yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.
Pulgarcito de poeta
que se escapa y me cosquilla,
tan alegre, tan sin silla,
tan de amores torrenciales,
tan sin fin.
Crece armado de esperanza,
desentierra lo perdido,
le hace un hijo de sonido
al silencio de ese pueblo
que es maestro de sus sueños.
Que se escapa y nos cosquilla,
tan sin miedo, tan sin silla,
tan amado, tan armado,
tan de todos, Salvador.
                          Daniel Viglietti



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