lunes, 24 de septiembre de 2012

Las palabras de Tlatelolco

Cuando decidí abrir este espacio fue con la única intención de reflejar la luz que acompaña a la palabra, fue con el firme propósito de no callar aquello que me conmueve.  Pero hoy no, hoy la palabra no ha sido suficiente y no supera algunos abismos para los que ha sido creada.

Hoy, en la plaza de las tres culturas no  me fue posible asimilar todas las palabras. La literatura que ha rondado aquel espacio se me ha quedado corta, la imagen previa y construida para ella se diluye como un sueño,  lentamente, sin remedio y sin retorno al despertar.

Fue suficiente que estuviera ahí, parada ahí, respirando ahí, mojándome ahí,  para que toda la historia de tantos siglos me cayera limpia, silenciosa y  doliéndome tanto.

Hoy no quiero decir más, solo mostrar lo que vi, mostrar en carne viva las palabras ocultas en todo ese silencio,  en su historia cíclica y poco caprichosa, en su historia egocéntrica, dolocéntrica, en su llanto, en el llanto de tantos, de tantos que han pasado por ahí.


 
 





 



 


 


Memorial de Tlatelolco

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

(Rosario Castellanos)