El
día que noté que la piel de Isabel cambiaba de tono, intuí que
algo andaba mal. No era tan difícil verlo, esos excesivos bronceados bajo el
sol después de consumir en pocos días más de 30 litros de jugo de zanahoria, la
convertían en un ser naranja. Luego siguieron los baños en vinagre, los pepinos
en los ojos y el extraño aroma en la piel de una mezcla de manzana, menta
y perejil. Todo eso sin contar que la pobre deambulaba por la casa con
mascarillas de plátano, un penetrante aliento a rábano y su inconfundible
mirada de aceituna.
Todo
comenzó cuando se fue Rodolfo. Ese hombre de cabello negros cubriéndole los hombros, la había abandonado sin aparente explicación. Isabel, en su angustia y deseo de retener a su hombre, concluyó que sus carnes
aun siendo voluptuosas no podrían satisfacer a un vegetariano. Entonces
apareció la rigurosa dieta: jugo de verduras, arroz integral, galletas de
avena, lo mínimo de agua y alimentos clasificados en Ying y Yang, convirtiendo
a la macrobiótica en su nueva forma de vida. Llegó a tal grado, que su
cuerpo naranja se parecía al de un mango petacón que olvidado bajo el sol
perdió su forma y su jugo hasta el punto de adherirse la piel en el hueso.
Hubo momentos alarmantes para cualquiera que se jacte de creerse normal, como cuando calentó agua en la tina y se metió
en ella después de cortar trocitos de verduras y colocar variedad de aceites
para suavizar su resquebrajada piel. Por eso, la última vez que
vi esto me asusté tanto que aproveché que mi amiga aún no salía de bañarse para
llamar a Rodolfo y pedirle que se presentara lo más pronto posible. Él por
supuesto, se negó al principio, sin embargo, conociendo las extravagancias de
su ex y los límites a los que podía llegar, aceptó de mala
gana.
Llegó
media hora más tarde, antes de irme alcancé
a ver cómo su rostro se transfiguraba por el impacto: frente a él
aparecía la más grande ensalada que jamás hubiese podido soñar, entre trocitos
de verduras, Isabel, con su nueva figura era el manjar principal. Prontamente
se quitó la ropa, se hundió en la tina y se embriagó de vinagreta. La amó
intensamente, como jamás lo había hecho. La amó porque en ese momento el
cuerpo de Isabel maridaba espléndidamente con las verduras, logrando para él la
ensalada perfecta.
Alicia Salum
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