martes, 19 de abril de 2011

Vinagreta

El día que noté que la piel de Isabel cambiaba de tono,  intuí  que algo andaba mal. No era tan difícil verlo, esos excesivos bronceados bajo el sol después de consumir en pocos días más de 30 litros de jugo de zanahoria, la convertían en un ser naranja. Luego siguieron los baños en vinagre, los pepinos en los ojos y el extraño aroma en la piel de una mezcla de manzana, menta y perejil. Todo eso sin contar que la pobre deambulaba por la casa con mascarillas de plátano, un penetrante aliento a rábano y su inconfundible mirada de aceituna.
Todo comenzó cuando se fue Rodolfo. Ese hombre de cabello negros cubriéndole los hombros, la había abandonado sin aparente explicación. Isabel, en su angustia y deseo de retener a su hombre, concluyó que sus carnes aun siendo voluptuosas no podrían satisfacer a un vegetariano. Entonces apareció la rigurosa dieta: jugo de verduras, arroz integral, galletas de avena, lo mínimo de agua y alimentos clasificados en Ying y Yang, convirtiendo a la macrobiótica en su nueva forma de vida. Llegó a tal grado, que su cuerpo naranja se parecía al de un mango petacón que olvidado bajo el sol perdió su forma y su jugo hasta el punto de adherirse la piel en el hueso.
Hubo momentos alarmantes para cualquiera que se jacte de creerse normal, como cuando calentó agua en la tina y se metió en ella después de cortar trocitos de verduras y colocar variedad de aceites para suavizar  su resquebrajada piel. Por eso, la última vez que vi esto me asusté tanto que aproveché que mi amiga aún no salía de bañarse para llamar a Rodolfo y pedirle que se presentara lo más pronto posible. Él por supuesto, se negó al principio, sin embargo, conociendo las extravagancias de su ex y los límites a los que podía llegar, aceptó de mala gana. 
Llegó media hora más tarde, antes de irme alcancé a ver cómo su  rostro se transfiguraba por el impacto: frente a él aparecía la más grande ensalada que jamás hubiese podido soñar, entre trocitos de verduras, Isabel, con su nueva figura era el manjar principal. Prontamente se quitó la ropa, se hundió en la tina y se embriagó de vinagreta. La amó intensamente, como jamás lo había hecho.  La amó porque en ese momento el cuerpo de Isabel maridaba espléndidamente con las verduras, logrando para él la ensalada perfecta.

                                    Alicia Salum 

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