sábado, 9 de abril de 2011

En la tierra de los Ausoles

Decidí empezar este espacio con los destellos de los recuerdos de mi infancia ya que aunque esta empezó mucho antes de llegar a la tierra de los ausoles, lo más digno que recuerdo de ella, empieza precisamente ahí, en un lugar llamado Ahuachapán que en náhuatl-pipil significa “lugar de casas y encinos”, ciudad hermosa y pintoresca de donde es originaria mi familia materna.  Viví ahí durante dos años, visitándola después cada ocho días o durante las vacaciones de octubre a febrero. Fue así como llegué a conocer sus tradiciones, el día de los farolitos, las procesiones de semana santa, las bellas alfombras de sal, aserrín y flores las cuales era un gusto recorrerlas antes de que los ahuachapanecos pasaran por ahí. Recuerdo la coronación de la reina, el Kiosco  del Parque Concordia con  la banda del cuartel tocando, el chalet que ya no existe y que siempre tenía niños jugando a su alrededor.

Ahuachapán de mis recuerdos:
Ahuachapán de hoy:
En Ahuachapán existen los Ausoles, fenómeno geotérmico del que mi abuelita me decía que era posible poner una cacerola y hacer huevos estrellados que se cocerían de inmediato al igual que mis pies. Para pasar por ahí era necesario llevar un palo para tocar la tierra y saber dónde se encontraban esas extrañas fumarolas con piedras incandescentes. Quizá por eso nunca fui, soy miedosa hasta el extremo de sufrir cualquier quemadura o accidente, pero recordé esto porque hace poco estuve en Ahuachapán y se me vinieron tantos recuerdos de golpe, recordé por ejemplo su comida, sus minutas con fruta, sus pastelitos y yuca, su cebada, los castillos de pólvora de la fiesta de la iglesia de la Asunción, el ruido del mercado, como eran sus casas en aquel entonces, mi casa, la calle hasta el calvario, el cementerio, el hospicio y mis primeros amigos.
Los Ausoles:
Entre mis recuerdos de Ahuachapán también está un poeta, Alfredo Espino, quien murió muchos años antes de que yo llegara a este mundo pero que a mis 4 años y a través de la voz de mi abuelita, podía emocionarme con sus historias, con sus poemas llenos de pueblo, con su “Nido” y su “Árbol de Fuego”, con su “Rancho y un lucero” con “los ojos de los bueyes”. Por eso empiezo por aquí, porque hay poemas más complejos, poetas más premiados, internacionales y fecundos, pero ninguno estuvo antes para mostrarme el camino al país de la poesía, camino que empieza en la tierra de los ausoles y con estas imágenes de mi infancia:

LOS OJOS DE LOS BUEYES
¡Los he visto tan tristes, que me cuesta pensar
cómo siendo tan tristes, nunca puedan llorar! ...

Y siempre son así: ya sea que la tarde
los bese con sus besos de suaves arreboles,
o que la noche clara los mire con sus soles,
o que la fronda alegre con su sombra los guardo. .

Ya ascendiendo la cuesta que lleva al caserío.
entre glaucas hileras de cafetos en flor...
o mirando las aguas de algún murmurador
arroyuelo que corre bajo un bosque sombrío.

¿Qué tendrán esos ojos que siempre están soñando
y siempre están abiertos?...
¡Siempre húmedos y vagos y sombríos e inciertos,
cual si siempre estuviesen en silencio implorando!

Una vez, en la senda de una gruta florida
yo vi un buey solitario que miraba los suelos
con insistencia larga, como si en sus anhelos
fuera buscando, ansioso, la libertad perdida ...

Y otra vez bajo un árbol y junto a la carreta
cargada de manojos, y más tarde en la hondura
de una limpia quebrada, y en la inmensa llanura,
y a la luz de un ocaso de púrpura y violeta

¡Siempre tristes y vagos los ojos de esos reyes
que ahora son esclavos! Yo no puedo pensar
cómo, siendo tan tristes, nunca puedan llorar
los ojos de los bueyes...

                                               Alfredo Espino

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