Solo vivir en México sin haber estado siempre dentro, pudo ayudarme a entender la contraparte de la palabra noble. No se trata de cuando se dice que alguien es noble porque obtiene un título por parte de la realeza o como resultado de haber nacido con cierto linaje, sino de ser noble, del latín “nobilis”, que es interpretado como alguien conocido o ilustre y utilizado mucho en México como adjetivo sinónimo de generosidad, de tener humildad y capacidad para el perdón. Noble porque viene de una “una familia bien”. Noble, porque es capaz de dejar pasar una ofensa y seguir creyendo en su amo, en el señor del cual depende todo lo que este noble posee, porque finalmente es este amo el que le da su nombre y lo reconoce como noble y él, por tanto, sería incapaz de morder la mano que le da de comer. Es el noble que pone la otra mejilla después de haber sido agredido y actúa bien, como si nada hubiera pasado, sin condición y sin queja, realizando con gracia la encomienda que su señor le dio.
México es así, un país de hombres y mujeres nobles que perdonan todo y siguen creyendo que el valor del mexicano es hacerse fuerte ante el dolor. Nobles los mexicanos que se vanaglorían de su historia llena de color y de heroísmo, llena de personajes fuertes y generosos que siempre triunfan precisamente por su bondad, como lo hizo con su vida ejemplar el humilde Juan Diego, el indígena chichimeca que tuvo una vida honorable y que siempre actuó con respeto a sus autoridades incluyendo a Fray Juan de Zumárraga, a pesar del mal trato que este le daba mientras no creía en él.
México tiene grandeza histórica cincelada a pulso con pesados ideales que transmite cuidadosa y religiosamente a cada uno de sus hijos. En la escuela les envuelve episodios de su historia con listones tricolores a manera de regalo y mediante actos cívicos y efemérides semanales les infunde los valores patrios con los que crecen, respetando y anteponiendo hasta incorporarlos a su identidad. México conforma un ejército de ciudadanos nobles, de niños héroes a los que les empachan los ojos con historias de tele y sueños como los de Tizoc. Su nobleza les permite seguir aceptado espejos a manera de recompensa por las riquezas entregadas y por si esto fuera poco, terminan dando las gracias y cayendo de nuevo en la trampa pero siempre con el orgullo en alto porque de tanto recordar y recordar su historia, se les ha ido quedando la memoria manca, manca para salir de sí mismos y dejar de aferrarse a aquel dicho de que "como México no hay dos", manca para construirse una nueva historia, una propia, una presente y no la de sus antepasados, manca para dejar de refugiarse en su pasado y en la culpa de la autoridad a la que siempre respeta aunque no le cumpla, manca para asumir al fin su derecho y la posibilidad de equivocarse pero sin retroceso, sin repetir la historia a manera de neurosis del destino para ver si ahora sí sucede, para ver si ahora sí voltean a verlos, sin tener que aferrarse más a su revolución centenaria, sin apegarse al gastado dicho de "más vale malo conocido que bueno por conocer."
La nobleza de México, poniendo bajo la lupa su compulsión para repetir su historia, ha dejado de ser un casual acontecimiento en donde lo que pase es culpa de todos, de los de enfrente, de las instituciones pero nunca de sí mismos. La nobleza en México es más bien parte de su estructura, el mexicano goza cuando le dicen “eres un hombre noble”, porque su goce se sostiene precisamente en ese bien supremo que es la ley del padre y que se encarna en el jefe, en el maestro, en el patrón, en el cura, en cualquier autoridad a quien siempre pondrá por encima de sí mismo.
México es un país que sueña, que puede y que tiene todo pero en su nobleza se ha quedado dormido y por más que su sangre joven le está hirviendo por dentro, por más que lo pellizcan, por más que lo desangran, por más que todos sus hijos le gritan cuánto les duele, México no logra despertar y sacudirse. Sacudirse tantita de esa nobleza que ahora más que una virtud se le ha convertido en estorbo. Sacudirse tantito ese miedo a dejar de ser noble y que se consideren sus actos y sus palabras como si cometiera la más alta traición.
México es así, un país de hombres y mujeres nobles que perdonan todo y siguen creyendo que el valor del mexicano es hacerse fuerte ante el dolor. Nobles los mexicanos que se vanaglorían de su historia llena de color y de heroísmo, llena de personajes fuertes y generosos que siempre triunfan precisamente por su bondad, como lo hizo con su vida ejemplar el humilde Juan Diego, el indígena chichimeca que tuvo una vida honorable y que siempre actuó con respeto a sus autoridades incluyendo a Fray Juan de Zumárraga, a pesar del mal trato que este le daba mientras no creía en él.
México tiene grandeza histórica cincelada a pulso con pesados ideales que transmite cuidadosa y religiosamente a cada uno de sus hijos. En la escuela les envuelve episodios de su historia con listones tricolores a manera de regalo y mediante actos cívicos y efemérides semanales les infunde los valores patrios con los que crecen, respetando y anteponiendo hasta incorporarlos a su identidad. México conforma un ejército de ciudadanos nobles, de niños héroes a los que les empachan los ojos con historias de tele y sueños como los de Tizoc. Su nobleza les permite seguir aceptado espejos a manera de recompensa por las riquezas entregadas y por si esto fuera poco, terminan dando las gracias y cayendo de nuevo en la trampa pero siempre con el orgullo en alto porque de tanto recordar y recordar su historia, se les ha ido quedando la memoria manca, manca para salir de sí mismos y dejar de aferrarse a aquel dicho de que "como México no hay dos", manca para construirse una nueva historia, una propia, una presente y no la de sus antepasados, manca para dejar de refugiarse en su pasado y en la culpa de la autoridad a la que siempre respeta aunque no le cumpla, manca para asumir al fin su derecho y la posibilidad de equivocarse pero sin retroceso, sin repetir la historia a manera de neurosis del destino para ver si ahora sí sucede, para ver si ahora sí voltean a verlos, sin tener que aferrarse más a su revolución centenaria, sin apegarse al gastado dicho de "más vale malo conocido que bueno por conocer."
La nobleza de México, poniendo bajo la lupa su compulsión para repetir su historia, ha dejado de ser un casual acontecimiento en donde lo que pase es culpa de todos, de los de enfrente, de las instituciones pero nunca de sí mismos. La nobleza en México es más bien parte de su estructura, el mexicano goza cuando le dicen “eres un hombre noble”, porque su goce se sostiene precisamente en ese bien supremo que es la ley del padre y que se encarna en el jefe, en el maestro, en el patrón, en el cura, en cualquier autoridad a quien siempre pondrá por encima de sí mismo.
México es un país que sueña, que puede y que tiene todo pero en su nobleza se ha quedado dormido y por más que su sangre joven le está hirviendo por dentro, por más que lo pellizcan, por más que lo desangran, por más que todos sus hijos le gritan cuánto les duele, México no logra despertar y sacudirse. Sacudirse tantita de esa nobleza que ahora más que una virtud se le ha convertido en estorbo. Sacudirse tantito ese miedo a dejar de ser noble y que se consideren sus actos y sus palabras como si cometiera la más alta traición.
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
INDESEABLE
No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.
José Emilio Pacheco
No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.
José Emilio Pacheco
6 comentarios:
Hola, me gustó mucho tu blog, te felicito y agradezco por toda la poesía que pacientemente has puesto para disfrute nuestro, seguiré leyendo :))
Gracias, te doy la más cordial de las bienvenidas a este mundo poético construido por mucho, con las entrañas y con mucho amor a los poetas y su poesía. Gracias por leer, para eso es este espacio
Me encanta tu espacio, es un gusto leerlo, hermoso y original. Te invito a visitar Precious Moments y espero sea de tu agrado. Saludos.
Pues gracias por detenerte por aquí y gracias por la recomendación, me daré una vueltecita para conocer tu espacio.
Te felicito amiga, muy buena entrada. Dele, deleítenos más seguido.
Te invito a leerme más seguido, es un placer saber que pasas por aquí. gracias
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