Max me ha dado a leer la nueva plaquette
de Marjha Paulino, Adopté un sol en la tierra, de la editorial El principio del caos, y me ha pedido con todo y mi inexperiencia, que la comente. Cedo. La comento desde lo que suelo escribir en mi Blog: impresiones personales sobre mi encuentro con la poesía, con el mundo de la poesía. Desde ahí comparto:
Leer a Marjha me ha llevado a la pregunta ¿De dónde surge la esperanza? ¿Vendrá del otro,
del sol que nos inventamos cada uno o surge de nosotros mismos? Recordé al final de mi pregunta la frase de Emil Cioran, que se encuentra en el muro de mi mejor amigo: "El poeta es inapto para salvarse. Para él todo es posible, salvo
su vida..." esa frase siempre me ha movido porque me parece intensa y contundente porque quizá sea así pero a la
vez, creo que toda escritura del poeta, lo salva: de la desesperación, de la vida,
de los demás, de sí mismo. Los que escribimos, escribimos porque sabemos que de
otra forma no podríamos respirar.
No soy poeta, ni experta en
poesía (aclaro), pero amo la poesía y desde ahí escribo. También escribo de lo que la
poesía me hace pensar y sentir. Pienso que escribir se convierte en un acto de
valentía, algo subversivo donde el poeta intenta entre las palabras su último
acto de fe antes de saltar por el agujero negro. La poesía es quizá el acto más
humano y menos animal que pueda existir. Cuando Javier Sicilia perdió a su
hijo, pensó en dejar de escribir. José Ruvalcaba pidió poesía para el poeta:
pidió vida ante la desesperanza y ante el dolor del poeta roto. Muchos poetas
lo escucharon. Juan Gelman, por ejemplo,
acudió con su poesía y su voz, y desde la compañía de un dolor, viejo y conocido, escribió: “Javier, el poeta
que abandona la Poesía/ será castigado por Ella: /Volverá”. Y coincido en esto
con Gelman, porque la poesía es lo último que abandona al poeta, aunque el
poeta sienta que la poesía se va y lo deja vacío, como el sol, que deja a su
adoptante con la sensación de no poderse recuperar con su ausencia, pero ella sabe
que se recuperará en la poesía, el sol de los poetas, cuando escribe:
“y
al final recuerdo
que
mañana llegará
otro
sol
a
iluminar mi rostro
y
yo
a
su mundo”
Así, Marjha nos regala la
historia de cómo se descubre mujer en el encuentro con Otro, el sol, a través
de quien se conoce y transita de diosa a terrenal, porque con él y a través de
él sucumbe y sobrevive.
Marjha en su poesía es Hera en
pleno siglo XXI, quien es deslumbrada por el padre de los dioses y de los
hombres: Zeus, el sol. El sol, astro centro de todo el Universo (un universo con
mayúscula, porque se trata del universo de cada uno de nosotros, aquel al que
nos enfrentamos desde nuestras soledades). El sol padre que brilla, que hace
cálido el ambiente en la distancia precisa, que fecunda la tierra y orienta a los animales y a las plantas. Es el sol que
marca nuestra vigilia y que procura nuestro sueño porque ¿Quién duerme cuando
tiene frío? Siempre necesitamos un poco de ese sol para soñar.
Marhja, joven curiosa e inexperta,
ve al sol de frente, sin miedo a que la ciegue. Pretende hacerlo suyo,
adoptarlo con la esperanza de esparcir vida, de atraerlo y que la sorprenda,
que le permita intensamente vivir. Marjha dice:
“Adopté un sol en la tierra
para nunca más pasar frío
en este mundo”
Quiere atraer al Sol, demostrarle
que aún permanece la bondad de lo humano, darle una razón para proteger la
tierra y amarla (a ella, más que a la tierra misma) un sol que se alimentará de
la literatura:
“Oculto
tras los libros
Un sol se alimenta
de las
palabras de poetas
que le
hicieron odas en otro tiempo”
“Se exilió
de los cielos
para
aprender nuestro idioma,
para
parecer humano
y
comprobar la existencia
del amor
grande,
para
sentir
con sus
manos de viejo dios
las
bondades de la tierra”
Un sol que llega suave, tierno,
que seduce con sumo cuidado, que despierta sensaciones hasta ahora desconocidas
y agradables a las que no habría que temer, despierta con su roce a Marjha, la
mujer a la que su madre escondía de la niña, precisamente para protegerla de
él:
“Cuando
era pequeña
mi madre
me cubría del Sol
para que
no me pusiera más morena,
decía
ella.
Mi madre
no sabe que ahora
me
envuelvo en tus rayos.
Mi madre
no sabe que ahora
me entretengo
con el más
leve roce de tu calor.
Mi madre
no sabe que caes
sobre los
cerros,
caes sobre
el río Papaloapan
caes sobre
mi mar,
caes.
Una y otra
vez
caes
sobre el
frío de mi cuerpo”
Y Marhja cede y se extasía entre
los rayos que la alcanzan, cede a jugar con fuego y no quemarse o a quemarse
sin sentir dolor, porque más duelen el frío y la ausencia:
“Puse
cerillos en mis labios
y los
encendí,
experimenté
el fuego
de tu boca
en la mía.
Me consumí
toda
y poco a
poco
se
expandieron las llamas
a mis
entrañas.
Mi lengua
saboreó el picor
de la
llama más traviesa
que
jugueteaba en mi garganta.
Me volví
fuego
y pude
comprobar por lo menos
ser un
tercio de lo que eres,
pero me
apagué,
volví a
ser esto que no quiero.
Volví a
ser carne desnuda sin valor,
huesos con
piel sin esencia.
Quisiera
tan sólo ser,
por un
momento,
otro Sol
en este mundo.”
Pero el sol, no puede ser
adoptado para que le pertenezca a alguien, todos le pertenecemos a él, no
podemos ofrecerle un paraíso permanente que no existe. El sol descansa cuando
llega la luna pero eso no significa que renuncia para darle espacio al mundo, a
Marjha o a la misma luna. El sol sigue siendo el sol y los poetas siguen siendo
terrenales:
“No ha podido ver
bondad,
el Sol triste se da
cuenta
que no hay en esta
tierra
Más que soledad,
guerra y abandono.
Soledad
Guerra
Abandono”
Al final del poema pienso que
entonces no es del sol, sino de la poesía, de donde no ha de surgir para cada
uno de nosotros, los que escribimos, la esperanza.
Gracias Max por empujarme a este abismo. Gracias Marjha, por tu poesía, la pregunta y la esperanza.