martes, 8 de mayo de 2018

¿De dónde surge la esperanza?


Max me ha dado a leer la nueva plaquette de Marjha Paulino, Adopté un sol en la tierra, de la editorial El principio del caos, y me ha pedido con todo y mi inexperiencia, que la comente. Cedo. La comento desde lo que suelo escribir en mi Blog: impresiones personales sobre mi encuentro con la poesía, con el mundo de la poesía. Desde ahí comparto:

Leer a Marjha me ha llevado a la pregunta ¿De dónde surge la esperanza? ¿Vendrá del otro, del sol que nos inventamos cada uno o surge de nosotros mismos? Recordé al final de mi pregunta la frase de Emil Cioran, que se encuentra en el muro de mi mejor amigo: "El poeta es inapto para salvarse. Para él todo es posible, salvo su vida..." esa frase siempre me ha movido porque me parece intensa y contundente porque quizá sea así pero a la vez, creo que toda escritura del poeta, lo salva: de la desesperación, de la vida, de los demás, de sí mismo. Los que escribimos, escribimos porque sabemos que de otra forma no podríamos respirar.

No soy poeta, ni experta en poesía (aclaro), pero amo la poesía y desde ahí escribo. También escribo de lo que la poesía me hace pensar y sentir. Pienso que escribir se convierte en un acto de valentía, algo subversivo donde el poeta intenta entre las palabras su último acto de fe antes de saltar por el agujero negro. La poesía es quizá el acto más humano y menos animal que pueda existir. Cuando Javier Sicilia perdió a su hijo, pensó en dejar de escribir. José Ruvalcaba pidió poesía para el poeta: pidió vida ante la desesperanza y ante el dolor del poeta roto. Muchos poetas lo escucharon.  Juan Gelman, por ejemplo, acudió con su poesía y su voz, y desde la compañía de un dolor,  viejo y conocido, escribió: “Javier, el poeta que abandona la Poesía/ será castigado por Ella: /Volverá”. Y coincido en esto con Gelman, porque la poesía es lo último que abandona al poeta, aunque el poeta sienta que la poesía se va y lo deja vacío, como el sol, que deja a su adoptante con la sensación de no poderse recuperar con su ausencia, pero ella sabe que se recuperará en la poesía, el sol de los poetas, cuando escribe:
“y al final recuerdo
que mañana llegará
otro sol
a iluminar mi rostro
y yo
a su mundo”

Así, Marjha nos regala la historia de cómo se descubre mujer en el encuentro con Otro, el sol, a través de quien se conoce y transita de diosa a terrenal, porque con él y a través de él sucumbe y sobrevive.

Marjha en su poesía es Hera en pleno siglo XXI, quien es deslumbrada por el padre de los dioses y de los hombres: Zeus, el sol. El sol, astro centro de todo el Universo (un universo con mayúscula, porque se trata del universo de cada uno de nosotros, aquel al que nos enfrentamos desde nuestras soledades). El sol padre que brilla, que hace cálido el ambiente en la distancia precisa, que fecunda la tierra y orienta a  los animales y a las plantas. Es el sol que marca nuestra vigilia y que procura nuestro sueño porque ¿Quién duerme cuando tiene frío? Siempre necesitamos un poco de ese sol para soñar.

Marhja, joven curiosa e inexperta, ve al sol de frente, sin miedo a que la ciegue. Pretende hacerlo suyo, adoptarlo con la esperanza de esparcir vida, de atraerlo y que la sorprenda, que le permita intensamente vivir. Marjha dice:
“Adopté un sol en la tierra
para nunca más pasar frío
en este mundo”

Quiere atraer al Sol, demostrarle que aún permanece la bondad de lo humano, darle una razón para proteger la tierra y amarla (a ella, más que a la tierra misma) un sol que se alimentará de la literatura:

“Oculto tras los libros
Un sol se alimenta
de las palabras de poetas
que le hicieron odas en otro tiempo”
“Se exilió de los cielos
para aprender nuestro idioma,
para parecer humano
y comprobar la existencia
del amor grande,
para sentir
con sus manos de viejo dios
las bondades de la tierra”

Un sol que llega suave, tierno, que seduce con sumo cuidado, que despierta sensaciones hasta ahora desconocidas y agradables a las que no habría que temer, despierta con su roce a Marjha, la mujer a la que su madre escondía de la niña, precisamente para protegerla de él:

“Cuando era pequeña
mi madre me cubría del Sol
para que no me pusiera más morena,
decía ella.
Mi madre no sabe que ahora
me envuelvo en tus rayos.
Mi madre no sabe que ahora
me entretengo
con el más leve roce de tu calor.
Mi madre no sabe que caes
sobre los cerros,
caes sobre el río Papaloapan
caes sobre mi mar,

caes.

Una y otra vez
caes
sobre el frío de mi cuerpo”

Y Marhja cede y se extasía entre los rayos que la alcanzan, cede a jugar con fuego y no quemarse o a quemarse sin sentir dolor, porque más duelen el frío y la ausencia:

“Puse cerillos en mis labios
y los encendí,
experimenté el fuego
de tu boca en la mía.
Me consumí toda
y poco a poco
se expandieron las llamas
a mis entrañas.
Mi lengua saboreó el picor
de la llama más traviesa
que jugueteaba en mi garganta.
Me volví fuego
y pude comprobar por lo menos
ser un tercio de lo que eres,
pero me apagué,
volví a ser esto que no quiero.
Volví a ser carne desnuda sin valor,
huesos con piel sin esencia.
Quisiera tan sólo ser,
por un momento,
otro Sol en este mundo.”

Pero el sol, no puede ser adoptado para que le pertenezca a alguien, todos le pertenecemos a él, no podemos ofrecerle un paraíso permanente que no existe. El sol descansa cuando llega la luna pero eso no significa que renuncia para darle espacio al mundo, a Marjha o a la misma luna. El sol sigue siendo el sol y los poetas siguen siendo terrenales:

“No ha podido ver bondad,
el Sol triste se da cuenta
que no hay en esta tierra
Más que soledad, guerra y abandono.
Soledad
Guerra
Abandono”

Al final del poema pienso que entonces no es del sol, sino de la poesía, de donde no ha de surgir para cada uno de nosotros, los que escribimos, la esperanza.

Gracias Max por empujarme a este abismo. Gracias Marjha, por tu poesía, la pregunta y la esperanza.