Margarita
sabe cuidar muy bien sus tristezas y nostalgias.
Las tristezas son unas flores
pequeñas, lisas, con olor a tierra mojada. Son moradas, tropicales, acompañadas por grandes hojas verdes. Jamás se encuentran solas en los jardines.
Quizá podrán verlas un poco dispersas a la orilla de la carretera, entre los
rieles del tren o en el desierto, pero
las tristezas son flores comunales que casi siempre caen y florecen donde hay
otras: en los cementerios, en las laderas de los ríos, en los jardines de las
viejas casas, en los lugares donde no tiene cabida el olvido. Las tristezas florecen donde suele haber
otras, esas otras tristezas que uno ha ido dejando plantadas por ahí.
Las nostalgias, en cambio, son flores que se distinguen por
su fragancia. Suelen cambiar de perfume dependiendo del momento del día en que
se percibe: en la mañanita huelen como la colcha de la abuela que ya no habita
la casa desde hace varios años, pueden adquirir el aroma de café recién tostado
o el de pan cociéndose en el horno. A medio día suelen absorber el olor de los
pucheros que hierven a fuego lento en las cocinas, pueden asumir el olor de las
frutas aunque no se encuentren cerca, incluso, cuando las nostalgias se sienten en
peligro despiden un olor a cebolla que hace llorar a las amas de casa, tanto a
jóvenes como maduras que han pretendido cortarlas para poner en floreros ese
olor masculino parecido al vetiver. Pobrecitas mujeres cuando lloran, le echan
la culpa a la cebolla sin haber cortado ninguna, más bien lloran por el
recuerdo de aquel amor que se les fue. Así son ellas, las nostalgias, flores
volubles, traicioneras, que atrapan su presa con su diversidad de olores; las
personas que están cerca alucinan, no pueden evitar el enredo de recuerdos
hasta hacerlas llorar y reír.
Margarita, cuida los jardines del convento a las orillas del pueblo. Ella posee habilidad especial para cuidar cada una de sus
flores. Sabe, por ejemplo, identificar las tristezas
que siempre huelen a tierra mojada, las cuida y siente que es
justamente por ese olor que se parecen a ella. Le han dicho que el aroma de su
piel es peculiar, húmedo y terroso como
el de las tristezas y cree que sus ojos deben tener el mismo color violeta,
pues piensa que no es casual cuando la gente le pregunta “Margarita ¿por qué
tienes siempre los ojos llenitos de tristeza?”. Margarita nunca sabe qué
contestar, sonríe débilmente y sigue cuidando de sus flores que todo el mundo
le dice que son hermosas.
La belleza de las tristezas de Margarita se debe a que las riega con lágrimas
de asno. Todos los días, muy temprano, llega al convento un
muchacho para entregar la leche bronca con la que las monjas hacen el rompope. Él
siempre deja a un lado del portón que da al jardín, un frasco pequeño lleno de un líquido
espeso, casi lechoso; son las lágrimas de los asnos, que él recolecta diariamente
para Margarita. Como todos sabemos, los asnos son animales tristes que sueltan
lágrimas a toda hora, por eso son lágrimas, precisamente, lo que les permite a las
tristezas florecer.
Margarita
riega sus tristezas con cuidado para no ahogarlas, procura no mezclarlas con las lágrimas que salen de sus ojos, ella sabe que son muchas y no quiere que por demasiado riego, las tristezas invadan su
jardín. También cuida de las nostalgias, las pone en macetas para disfrutar su
olor favorito del día en pequeñas dosis, pues tampoco
quiere que arrasen con los espacios destinados para otras flores. Lo curiosol es que cuando Margarita se acerca a las nostalgias, sueña siempre con
sembrar margaritas, esas flores fantásticas que le han platicado tantas veces, con un color amarillo intenso, alegres, optimistas y con olor propio, es decir, las margaritas sólo pueden
oler a margaritas, nadie podría confundir su olor con el de otra flor. Pero
todas las margaritas que ella siembra, se mueren porque no les da el sol. El
problema es que no las quiere cerca de las rosas, esas flores vanidosas que le
clavan espinas y se ríen de ella por no saber cómo cortarlas sin lastimarse y
así poder llenar con sus colores el salón. Es una contrariedad para Margarita,
ser ciega y llamarse como una flor alegre, desenfadada del destino que prometen sus
pétalos al azar. Por eso Margarita, sabe cuidar sus tristezas y procura sus nostalgias,
porque en esas flores asume su destino: tener nombre de flor y nunca poder ser una flor.
Alicia Salum