la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Miguel Hernández
No existe el cielo: Despues de toda su magnificencia finalmente se reduce a migajitas, esas que nutren de tristeza y eternizan para el moribundo la agonía.
No existe la gloria, solo existe mientras se tienen juventud y dudas. Las dudas permiten creer que hay algo más grande y realmente cierto. Pero lo cierto solo se comprueba cuando algo ya no está, cuando se nos ha ido de las manos, cuando ya no existe, cuando ya no es.
No existe esto, tampoco existo yo... Quizá solo se trata de un fantasma de mujer herida que llora por el niño que tuvo en sus entrañas y que nunca fue, el que engendró como solo podría engendrarse la poesía, de a uno solo, en la más íntima, egoista y callada soledad, desde lo más profundo y obscuro de su ser, desde lo más imperfecto e inhumano de su amor, desde la fe en lo futuro y lo posible... en la ignoracia de lo que no se es y no se tendrá nunca.
Ese niño que no pudo ser y al que se quiso tanto, y que se quedó ahí, agazapado, con los ojos abiertos y pequeños, cubiertos de miedo y de deseo, de querer saber pero sin saber cómo vivir sin ser, porque no fue, nunca fue y solo le quedó decir adios. Adios al pecado original con que se nace sin saberlo, sin quererlo o disfrutarlo. Adios a la manzana mordida, a la serpiente que se mordió a sí misma por estar enamorada. Adios a Eva, adios a Adán y al nunca niño de sus vientres, amen.
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