Porque hubo un tiempo en que no existían árboles en mi jardín y ahora crecen sus raíces y extienden su follaje y guardan vida entre sus ramas.
Porque hubo un tiempo en que habitaban sombras y el silencio y la nada en los espacios en que ahora
Porque hubo un tiempo en que
Mi homenaje
al que plantó cada árbol
sin pensar, para siempre.
Al que en el valle
recuerda que hay montañas
y en una gota de agua,
tiembla ante la sequía
el desierto ofrecido.
Tengo fascinación por los nocturnos y las lunas esplendorosas como la de hoy que no puedo fotografiar, así que decidí hacer algo para atraparla y hacerla un poco mía y colgarla en este mi blog.
Del insomnio de los últimos días rescato, o me rescatan, los Nocturnos de Chopin, aquí va de fondo el N° 10 que me llevó entre perfumes y música de alas al tristísimo Nocturno 3 del Colombiano José Asunción Silva.
Prometo más.
NOCTURNO III
(José Asunción Silva)
Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas
Hasta el más secreto fondo de tus fibras se agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca.
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba.
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida,
Y el chillido
De las ranas
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada.
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Iba sola
Iba sola
Iba sola por la estepa solitaria.
Y tu sombra esbelta y ágil;
Fina y lánguida
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se juntan y se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!…
En el último año he pasado muy pocas veces por aquí. Puede parecer quizá que me ha faltado poesía pero en realidad he tenido exceso de ella y muy poco tiempo para dedicarme a ella a través del blog. Demasiadas emociones para poder explicar y compartir.
Comenzaré por contar que publiqué mi primer poemario "Carnívora", lo que me produjo una cantidad de experiencias inimaginables y maravillosas entre las que destacan el acompañamiento de personas cercanas y lejanas, reencuentros con mi historia y cierre de heridas con amor.
Con el pasar del tiempo me han surgido ofertas para participar en actividades literarias pero por la pandemia han quedado en suspenso. Sin embargo, entre las invitaciones que me han hecho surgió la de grabar vídeos. He hecho varios y me ha gustado el ejercicio. Me ayuda a poner en otra perspectiva mi poesía y la de mis poetas favoritos, así como posibilidades para divulgarlas.
Les comparto, por lo pronto, un poema sencillo pero profundo de Alfredo Espino, ese poeta salvadoreño, primo de mi abuela materna, con el que aprendí poesía y que escuché y leí muchas veces de niña. De alguna forma, volver a su poesía es un homenaje a ella, a mi abuelita Mina:
ASCENCION
Alfredo Espino
¡Dos alas!… ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!…
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores…
¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores
de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante
con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
de las malas pasiones… Lo rastrero no sube:
ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube…
Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña,
como es la de haber visto llorando una montaña…
el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;